La primera vez que salve una vida

Todavía recuerdo como si fuera ayer mi primer verano trabajando como socorrista en el servicio de salvamento de una playa de mi ciudad. Eran días agobiantes, con mucha gente tumbada en sus toallas o refrescándose en el mar. La playa estaba prácticamente llena desde las nueve de la mañana (aunque nosotros comenzábamos el servicio a las diez) hasta que terminábamos nuestro turno, a las ocho de la tarde. Fueron días largos debido a la gran cantidad de personas, pero, curiosamente, bastante tranquilos en cuanto a intervenciones, ya que era el inicio de la temporada. La mayor parte de nuestro trabajo se centraba en la prevención y en informar a los bañistas, algo que siempre hemos considerado clave en este oficio.

A medida que avanzaba la temporada, los días iban pasando sin incidentes demasiado relevantes. Las situaciones que se presentaban solían ser leves y, en ocasiones, moderadas, pero nunca graves. En agosto, aunque la carga de trabajo aumentó, la playa seguía relativamente tranquila. Sin embargo, todo cambió una tarde de ese mes.

Desde la torre de vigilancia, situada en el centro de la playa, nos avisaron a mi compañero y a mí de que habían avistado, con ayuda de los prismáticos, a un joven de entre 13 y 15 años tumbado en la orilla, rodeado por un grupo de personas que pedían ayuda. Inmediatamente, recibimos otro mensaje a través del walkie-talkie, con el punto exacto donde se encontraba la víctima. Sin pensarlo dos veces, cogimos el material necesario y salimos corriendo hacia la ubicación indicada.

A medida que nos acercábamos, pudimos ver a la gente reunida alrededor del chico. Por la escena, intuimos que se trataba de algo grave, algo que nada tenía que ver con los incidentes leves que habíamos tenido hasta ese momento. Por suerte, iba acompañado de un compañero con más experiencia que yo, lo cual me dio cierta tranquilidad y confianza para afrontar la situación.

Al llegar, realizamos una primera evaluación de la situación para determinar qué materiales y recursos necesitaríamos. En apenas unos segundos, decidimos que sería necesario que otro compañero acudiera con el equipo de oxigenoterapia, el botiquín de ataque y el tablero espinal (una camilla especial para víctimas con sospecha de lesión medular o politraumatismos).

En esa primera evaluación, no pude evitar sentir cómo los nervios y la tensión recorrían mi cuerpo. Ver a un niño tumbado en la orilla, sin poder moverse, era una imagen impactante. Sin embargo, pese al “chute” de adrenalina, logré mantener la calma y reaccionar tal y como me había preparado durante todo este tiempo, tanto en el curso como en las prácticas realizadas con mis compañeros.

El equipo al completo procedió a seguir el protocolo para tratar a una víctima con posible lesión medular. Lo primero fue alejarlo de la línea de agua, ya que estábamos demasiado cerca de las olas y corríamos el riesgo de que se le obstruyeran las vías respiratorias. Esto exigía actuar rápido, pero con extremo cuidado, inmovilizando el eje de cabeza, cuello y tronco para evitar agravar sus posibles lesiones.

Una vez lo trasladamos a una zona segura, procedimos a inmovilizarlo adecuadamente con las cinchas del tablero espinal, conocidas como “araña”. Mientras tanto, desde la torre de vigilancia, nuestros compañeros habían solicitado una ambulancia, que ya estaba entrando al paseo marítimo. Cuando los técnicos en emergencias sanitarias (TES) llegaron al punto, colaboramos con ellos para hacer el traslado del chico a la ambulancia.

Los días siguientes nos interesamos por su estado de salud. Supimos que había sido operado de urgencia en el hospital y, días después, nos confirmaron que había recuperado completamente la movilidad de cuello para abajo. El equipo médico nos felicitó por nuestra actuación, destacando que gracias a seguir correctamente los protocolos establecidos, el joven no sufrió secuelas y pudo recuperarse por completo.

Sin duda, es una de las experiencias más gratificantes que he vivido como socorrista. Saber que nuestra actuación marcó la diferencia en la vida de alguien es algo que siempre recordaré con orgullo.

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